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¿Qué? ¿Médicos? No, no sé.






Me gustaría compartir una preocupación que he notado sobre mi propia piel –y llevo notandola–, o, mejor dicho, sobre mi propio cuerpo. El asunto de los médicos.

Antes que nada, aclaro que yo no soy un médico, con un título y todo eso (aunque tuve, varias veces, impulso de comprar algunos titulillos, como me pareció que tenían algunos de esos médicos, a quien acudí hace poco)… ni versado en artes médicas modernas. Digo modernas porque me da la impresión, sobre todo desde el comienzo de este milenio, ya que antes yo era bastante pequeño para comprender el funcionamiento de la industria farmacéutica en conjunto con la de medicina, que una parte de los médicos de hoy tiene menos relación a la medicina, en el sentido de curar a la gente, que un burro a la economía nacional de la República de Burundi. Y la otra parte de los médicos están tan sumergidos en los intereses, que les ofrecen grandes patrocinadores, que no ven más que un canal humano que puede ser llenado de pastillas, que les pidan que receten los susodichos patrocinadores, y así ganar más pasta. Y hay una tercera parte, muy minoritaria, la que de veras intenta curar al paciente, pero está tan perdida en el burocrático enmarañamiento de informes que casi se nos olvida su existencia.


Y me preguntaba, ¿y dónde han aprendido a recetarlas sin necesidad de mirar ni tocar a los pacientes? Ya no digo de una investigación superficial, preguntando las cosas tan triviales como: ¿Qué tipo de vida lleva Usted? o ¿Qué tipo de dieta guarda? o ¿Tiene algún antecedente de alguna enfermedad? Alguna cosa por el estilo, ¡pero no! ¿Para qué? Ya saben de antemano que para casi cualquier paciente le hará falta dedicar unos 10-15 minutos y basta, por lo menos así pone en la lista de cuando pides la cita previa. ¿Y si es algo fuera de lo normal, como la alta tensión? Para eso existe o Urgencias o analítica y, como no, el multiusosupercurandero, que les ocurre: Ibuprofeno.


- Doctor, tengo quemaduras.

- ¡Venga, hazme analítica y toma ibuprofeno!

- Doctor, tengo estreñimiento.

- ¡No pasa nada! ¿Tienes analítica?

- No.

- Pues, cuando la hagas vienes y, ¡Toma ibuprofeno!

- Doctor, me mareo.

- ¡No es nada! Es por el sol. ¡Hay que hacer analítica y toma ibuprofeno!

- Doctor, no tengo deseo sexual.

- ¡A veces pasa! ¡Por eso hazme radiografía y toma ibuprofeno!

- ¿Y no cree que debería acudir a un psicólogo o urólogo o cambiar mi dieta?

- ¡No exageres, hombre! Un poco de tranquilidad, respirar el aire fresco, duerme más, cero estrés, vida sana y toma ibuprofeno. Y ya verás que todo se soluciona.

- Gracias, doctor. Usted es un hombre sabio.

- No hay de qué, para eso me pagan.


Yo no tengo nada contra este “mágico” Ibuprofeno, simplemente, parece como si todos los médicos, esencialmente los de cabecera –que me da la impresión que la mayoría sólo vale para recetar algún medicamento–, no habían leído más que el prospecto de este Ibuprofeno, y alguna que otra revista ¡Hola!. Yo hablo con ellos y ellos me contestan en la pantalla del ordenador, como si jugasen al Super Mario, tecleando velozmente algún informe y, de vez en cuando, echando un ojito, por si todavía sigo ahí, y cuando termina la cita me entregan una hoja A4 donde hay un montón de palabrería técnica y a medio acabar. Y ojalá que sólo fuese conmigo, eso de toparme con semejantes personajes, pero es que casi todos mis familiares, amigos y conocidos, con los que llego a tocar este tema tan quisquilloso, dicen lo mismo, pero con otras palabras. Que muchos médicos sólo tienen el carné ese de Médico y poco más. El resto de la “sabiduría” se puede leer en los prospectos o panfletos o manual o algún guía de “pregunta-respuesta”. Un desastre.


Una vez, y es un ejemplo muy simple, la persona esa con bata blanca, que hace la radiografía (no puedo llamarle doctor porque eso le pega menos que las gafas al pingüino), estaba como unos 5 minutos leyendo la dichosa hoja, con indicaciones y características y quién sabe qué cosa más, y al terminar me la entregó y me indicó tumbarse en la camilla, sin siquiera decir hola. En realidad, me la suda su saludo, es como se dice: por el sentido común sabemos que el mínimo gesto de respeto (otra palabra pegajosa y ya sin sentido) sería saludar a aquel con quien vas a interactuar –sobre todo si eres un doctor, pero no era el caso–, sin embargo, por el resto no cambia nada si existe o no tal persona. En fin. Me tumbo encima de la camilla y el tío, con un gel y una especie de mango, empieza a deslizar este mango de un lado pa´lotro desde el cuello hasta la clavícula, siempre mirando a la pantalla de enfrente suyo. En cuanto termina, otros 5 minutos, aparta su máquina y me dice que ya está terminado. Le pregunté: ¿Y qué tal?, y me contesta, sin mirarme, que todo estará disponible en la base de datos, en su ficha, y dando la vuelta se va. Cuando, dentro de 2 semanas, pregunté al médico sobre el resultado el último, todavía leyendo los datos en la ficha, me dice que el rsadiólogo se equivocó. Que tenía que mirar el tórax y no el cuello. Cojonudo. Tuve que volver a hacer, pero ya dentro de un mes. ¿Quién ha fallado? ¿El dortó que escribía?... o, ¿el dortó de radiología? ¡Ha habido un fallo en el sistema!, igual que salta en las pantallas: Sistem Error, pues lo mismo, pero NADIE se responsabiliza. Júi poimyösh.


No es mi intención ser un cabrón, que escupe sólo blasfemias a los especialistas que salvan las vidas, y es verdad. Algunos sí que se dedican su tiempo en conocer no sólo la enfermedad, o el problema en concreto, sino también los diferentes modos de solucionarlo, que no siempre sean ortodoxas, y no como la mayoría que al obtener el título consiguen un puesto y ahí se para todo su desarrollo como un auténtico especialista, el que –y eso se supone– dio el Juramento hipocrático (que, al día de hoy, importa tanto como excrementos de una paloma en la cabeza de una estatua). Igual que me contestó uno de esos, de unos 35 años y con bata blanca, que en medio de su chochocharla le comenté sobre este Juramento, a lo que me contestó que no me ponga chulito. ¿Chulito? ¡El puto origen de tu reflejo sí que es chulito, pedazo de paleto!


Yo no pido algo fuera de lo común. Sólo pido que el que está enfrente, esta persona con bata blanca, cuando voy al hospital, sepa un poco más de los libros que estudió en los tiempos de su formación, porque hoy en día, tal como se desarrollan las cosas, hay que actualizarse casi cada mes. Que su objetivo sea de veras poder ayudar a CURAR, la enfermedad o síntoma o vestigios o lo que fuera que tiene el paciente, porque para eso se había formado esta profesión desde tiempos del rey Perico. Aunque yo entiendo que digo bobadas sentimentales, como el señor Evidencia, porque más que a un negocio eso se parece a un juego de paripé, a costa del propio paciente –que se convierte, de paso, en su propio cliente. Es como en aquel libro, donde el autor decía –ya incluso por los años ´70–, que la profesión médica, parece ser, se ha vuelto muy popular no por las ganas de los llamados “profesionales” a curar las dolencias, incluso aquellas inventadas, sino por el gusto al lucro, emocional y económico, que crea y trae consigo, esta profesión. Ser médico está en boga, pero pocos entienden la responsabilidad y obligación, y no sólo moral, que tienen que asumir.


Casi nadie, y me refiero a los de bata blanca, lo toma en serio eso de la ética doctoral, eso de misión de un ducho de ayudar a esclarecer las preocupaciones de aquel que sabe menos, o nada. Me genera una sensación amarga el hecho de que ellos no tienen las instancias de supervisión rigurosa de los resultados de su trabajo. Sí, en teoría sí que hay un montón de instancias, e incluso hay un ministerio para aquello, pero por lo que se ve no se llevan a cabo las revisiones de calidad del trabajo que realizan los médicos. Sí que entregan informes de cuántas prescripciones de medicamentos han hecho… hacen algún que otro resumen de cuántos pacientes, en total, han atendido… pasan por reconocimiento médico, en los tiempos de escasez de lunas… van de un sitio para otro, yo qué sé, sin embargo, no hay ninguna averiguación después de que el paciente ha sido atendido. No se investiga si la intervención quirúrgica, al último, ha sido correcta o no; si se siente bien después de algún tratamiento o no; si los modales del médico, al tratar al paciente, han sido profesionales o era en plan de rellenar la cuota diaria de pacientes atendidos, y cuantos más mejor; si la coherencia, entre la dolencia del paciente y las conclusiones del médico, son correctas o es: He llegado a esta conclusión porque así estaba escrito en el libro que estudié. Y hay muchas otras cuestiones que no se consideran importantes, y eso molesta, porque sufre el paciente.

Cuando estás esperando tu cita, sentado en el pasillo, la gente con bata blanca parece a unos bultos deambulantes con eterna prisa y preocupación, recetando medicamentos pa´rriba pa´bajo, para todo tipo de dolencias. Es un juego, porque parece a una apuesta que hicieron, para ver quién de ellos llevará la palma por recetar más medicamentos –claro está, más porcentaje obtendrán. Y es una putada, ya que ya no se puede confiar en lo que dicen, al menos yo, mi familia y mis amigos. Antes de ir al médico yo he de revolotear mucha información –que también vete a saber si al menos la mitad es digna de considerarla como útil–, y con ella, pero sin decirle a él lo que tengo encontrado, preguntar al dortó las dudas que tengo. Si coincide algo: bien, pero si no entonces voy a otro dortó. Y así hasta que más o menos siento que algo se esclarece. Como dijo un sabio: que hoy en día es más caro estar enfermo, así que es mejor que te cuides. Porque también de una persona sana pueden hacer un enfermo, y eso se aprende con experiencia… y pasa a menudo.


Y otra cosa también: los “especialistas” enfocados sólo en una parte del cuerpo. Por ejemplo, hace algunos años a mi mamá le hicieron una operación en la rodilla izquierda, le quitaron el menisco, lo que no deberían haberlo hecho, pero en aquel momento el cirujano, el que la operó –y al que consideran como uno de los mejores cirujanos deportivos, sobre todo de las rodillas–, le dijo que era necesario. La operó y desde entonces le duele aún más la rodilla misma, y para aliviar el dolor lleva haciendo las infiltraciones de ácido hialurónico, y casi no siente los dedos meñique y el cuarto. Después de 6 meses volvió al mismo cirujano, por su propia petición, y no por la del doctor, que la dejó sin verla (porque debería haberle dado una cita de revisión o seguimiento, al menos una vez), y le comenta las dolencias. A eso el dortó le contesta que es normal, porque ya es mayor (56 años), y respecto a los dedos: dijo que era posible solucionar quitándole algunos nervios por ahí abajo. En aquellos años yo no estaba cerca de mamá, para poder ayudarla y aconsejarla, pero si yo hubiera estado en aquella cita y hubiera escuchado aquella gilipollez del supuesto “profesional” le hubiera roto alguna rodilla, para que él también pudiera sentir el dolor y buscar semejante estúpida y absurda solución. Bueno, claro está que ahí mismo no le hubiera hecho nada, pero lo esperaría afuera y le partiría, al menos, la puta jeta. Entonces, dos tres años después de aquello mamá fastidió la rodilla derecha y, esta vez, fuimos los dos a otro traumatólogo, un cirujano –también casi aclamado– de rodillas. Le comentamos la cosa, sobre las dos rodillas, y él nos suelta que no nos puede decir nada en cuanto a la rodilla izquierda, porque él era el “especialista” sólo de rodilla derecha. ¿Entonces los dedos de los pies tampoco? ¡Sólo la rodilla derecha! Si quieren saber sobre la izquierda tienen que coger la cita con el cirujano de al lado. Ok. ¿Y qué pasa con la derecha? Nada. Hay que operarla. ¿Sin antes hacer alguna radiografía? No pasa nada, lo veo desde aquí. ¿Lo ve sin tocarla? Sin tocarla. Llevo trabajando casi 30 años, lo veo bien. Vaya, qué ojos de rayos X. Pues nada, le dijimos que no, que se vaya a tomar por culo. Entonces fuimos al tercero, también uno de los “mejores”, pensando que, a lo mejor, aquel sería no tan quisquilloso. Le comentamos la cosa y él también nos suelta que no puede esclarecer el asunto sobre la rodilla izquierda, ya que él es un “profesional” de la rodilla derecha. ¿Y en la universidad de medicina no se estudian las dos? ¿Las piernas enteras? ¿O el cuerpo entero? Sí, pero yo soy un especialista de la rodilla derecha. Vaya. Nos dijo que hay que hacer la intervención. Dijimos que no y cogimos la cita con otro traumatólogo, “de al lado”, como nos sugirió aquel cirujano, para saber sobre la rodilla izquierda. Le comentamos el caso y él dijo que no entiende por qué el primer dortó, el que operó la rodilla, hizo esta intervención, porque no hacía falta, ya que podría haber hecho de otra manera (como coserlo o algo por el estilo). A parte, después de mirar la radiografía comentó que la operación misma ha sido realizada muy rudamente, porque podría haber sido realizada la artroscopia de rodilla, sin dejar esta enorme cicatriz. ¿Y qué pasa con la rodilla derecha? Aa, eso no puedo decir, soy especialista de la rodilla izquierda. ¿En serio? Sí, desde casi 30 años. Total. Al último dortó también le deseamos a tomar por culo y yo busqué a un osteópata-quiropráctico (también hay que tener cuidado con estos). Visitamos a él, con 3 radiografías previamente hechas (por peticiones de cada cirujano), y nos dijo que ahora poca cosa se podía hacer. Recomendó hacer ciertos ejercicios, tomar colágeno y seguir con las infiltraciones. De acuerdo, ya es lo que hay. Pero, ¿quién responde por los daños colaterales? ¿Quién asume la responsabilidad por los errores? Evidentemente: nadie. Sólo pueden decir: el factor humano.


Al principio pensé que era una broma, o malentendido, cuando mamá me contaba lo de los “profesionales” especializados sólo en una parte determinada, y del resto no quieren saber nada, pero resultó ser verdad, y me da miedo eso. Y, sobre todo, me da miedo que nadie asume la responsabilidad por la negligencia o decisión incorrecta, o inapropiada, del doctor o ineptitud de los “profesionales” médicos o su incompetencia.


Lo que quiero decir, es que, hay que acudir al médico, si uno tiene algún problema grave, pero, por lo menos, no entregarse en alma y cuerpo al primer homo sapiens en bata blanca. Que él también es un ser humano y por tanto falla, y falla bien –y a algunos por eso les pagan. Y en el diagnóstico que le dirá habrá un poco menos errores que en el suyo propio, siempre previamente informándose bien. A priori hay que darles cierto margen de error, porque nuestra generación de médicos es mucho más floja, en cuanto al saber general, y, por tanto, no hay que tomar sus recomendaciones al pie de la letra. Hay que revisar, reflexionar y comparar la información con las de otro médico. Yo, por lo menos, casi siempre intento acudir a 3 diferentes médicos, preferentemente con poco margen entre las citas, para comparar lo que dicen, y ayuda mucho. También, hay que tener presente que una parte de su trabajo es ganar dinero extra, a costa de su salud, precisamente recetando medicamentos, así que, él es tan fiable que cualquier político por la tele.


Resumiendo.


Hay de todo, y es obvio, pero es tan obvio que no se ve, como el aire que respiramos. No dejéis que os embauquen con los tecnicismos. Incitarle que hable claramente. Prestad atención al comportamiento del dortó. Si habla con vosotros sin miraros yo, como mínimo, me alertaría y sus conclusiones los envolvería en tela de juicio. Es mejor tener, al menos, 2 citas con 2 diferentes doctores sobre el mismo problema que se quiere solucionar, así habrá más posibilidad de encontrar la verdad. Y, es más importante, ¡CUIDÁOS VOSOTROS MISMOS!

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