¡Buenas tardes!
Hoy, me gustaría comentar sobre el relato "Abandonados", de mi 1r libro “Todo es una ficción, Relatos cortos, Vol. I”.
Es un relato que explora la complejidad de las relaciones humanas y la redención a través de un momento epifánico, donde el protagonista, Maxím, se enfrenta a su propio reflejo moral en una carrera contra el tiempo que termina siendo un viaje hacia el autoconocimiento. La narración la intenté construir con una precisión métrica que va marcando la distancia física hasta la estación, un recurso que paradójicamente acentúa el distanciamiento emocional del protagonista con su pasado.
El simbolismo del agua y la lluvia recorre todo el relato como un elemento purificador: "su querida lluvia limpia, de vez en cuando, esta ciudad llena de almas pecadoras". Las calles mojadas que "quedan como espejos" funcionan como un elemento revelador que permite ver "la vida al revés", una metáfora de la introspección que experimentará el protagonista. Este motivo del reflejo se repite cuando Maxím encuentra al perro abandonado, que actúa como un espejo de su propia condición moral.
La arquitectura urbana descrita en el relato tiene una función simbólica fundamental: la mezcla de edificios medievales con bloques residenciales modernos representa la dualidad entre el pasado y el presente, entre lo tradicional y lo contemporáneo, entre lo que permanece y lo que se transforma. El paso subterráneo, descrito como un túnel con "luz al final", funciona como un espacio liminal, un punto de transformación donde el protagonista debe enfrentarse a sus propios demonios antes de alcanzar una revelación.
El personaje de Liza (Elizavéta) está construido con elementos que sugieren artificialidad y perfección superficial: su rostro "angelical y blanquecino, como el de las muñecas Dollfies", su abrigo violeta de lana, sus tacones rojos y su clutch con perlas. Esta descripción contrasta con la suciedad y el sudor de Maxím, estableciendo una dicotomía entre lo aparente y lo auténtico. La sonrisa de Liza, que le provoca un "ligero escalofrío" a Maxím, sugiere una forma de crueldad refinada, una manipulación emocional que él finalmente logra reconocer.
El motivo de los "ángeles abandonados" que aparece en el relato funciona en dos niveles: primero como una referencia a los seres desamparados (específicamente el perro), y, segundo, como una alusión a la propia Liza, el "ángel" que Maxím "no supo cuidar". Esta doble referencia crea una ironía dramática cuando Maxím, al final, decide alejarse del perro para no repetir su patrón de destrucción.
La estructura temporal del relato es particularmente significativa. Mientras la narración avanza linealmente marcando las distancias físicas hasta la estación, el tiempo subjetivo se dilata y contrae, especialmente en los momentos de confrontación. La frase "Al pasar una eternidad, resumida en unos segundos" captura esta distorsión temporal que caracteriza los momentos de revelación existencial.
El final del relato presenta una paradoja moral: Maxím, al reconocer su incapacidad para cuidar de otros y alejarse del perro abandonado, realiza simultáneamente un acto de autoconocimiento y de aparente cobardía. Su decisión de no rescatar al perro, justificada por no querer "ver una vez más la muerte de un ángel por su culpa", representa tanto una rendición como una forma de responsabilidad moral.
Los zapatos Brogue y las huellas que dejan en el asfalto, que "se evaporan al poco tiempo, igual que sus artículos de redacción en la revista The Time for Business", funcionan como una metáfora de la transitoriedad y la insignificancia de las marcas que dejamos en el mundo. Esta imagen se conecta con la fugacidad de las relaciones humanas y la naturaleza efímera de nuestros intentos por dejar huella.
El autor construye así una narrativa que explora temas universales como la culpa, la redención, la responsabilidad moral y la autenticidad, pero lo hace a través de detalles concretos y símbolos que resuenan con la experiencia contemporánea. La historia sugiere que el verdadero abandono no es físico sino emocional, y que el reconocimiento de nuestras propias limitaciones puede ser tanto un acto de cobardía como de sabiduría.
Bueno. Basta por hoy.
Gracias y nos vemos en el próximo artículo.
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